¿De quién es la culpa? · La culpa, uno de los mayores enemigos de la felicidad
La culpa, uno de los mayores enemigos de la felicidad
por Alex Bayorti
La culpa es una emoción destructiva que nos impide pensar con
claridad. Lejos de enquistarse, debemos generar su depuración y afrontamiento
de lo contrario, acabaremos haciendo daño a otros.
La culpa es
por encima de todo, una emoción.
Sigmund Freud ya señaló en su momento que pocas dimensiones eran tan complejas
para aceptar como este estado. De ahí que alcemos toda una serie de mecanismos
de defensa para no afrontarla como merece, de ahí que derivemos en muchas
ocasiones en situaciones donde la ansiedad y la angustia acaban haciendo mella
en el bienestar.
Decía Concepción
Arenal, una de las principales fundadoras de la acción social que “cuando
la culpa es de muchos, la culpa no es de nadie”. Así, quería dar a
entender que el valor de la culpabilidad está principalmente ligado al marco
cultural en el que nos encontramos y, en concreto, al valor moral en el que se
nos ha educado.
De hecho,
antropólogos y sociólogos han propuesto también numerosas hipótesis sobre este
tema, que como vemos, trasciende a menudo el territorio de la psicología. Lo
cierto es que las causas de ese sentimiento de culpa están relacionadas a
menudo con una lucha entre los valores establecidos. También a la oposición
con el propio sentido común, que empuja a actuar de una manera
determinada.
“El hombre
puede soportar las desgracias que son accidentales y llegan de fuera. Pero
sufrir por propias culpas, ésa es la pesadilla de la vida.”
-Oscar Wilde-
La culpa, la
emoción que destruye poco a poco
Una persona
puede sentirse culpable por algo que hizo, por algo que no hizo, por algo que pensó que hizo, o por no
hacer lo suficiente por alguien. Pocas emociones resultan tan problemáticas y a
la vez peligrosas. No podemos olvidar, por ejemplo, que quien carga con este
lastre, a menudo acaba haciendo daño a otros proyectando sobre los demás la
propia culpa.
Así, estudios
como los llevados a cabo por June Price Tangney y Jeff Stuewig, de
la , Universidad George Mason, Fairfax, Virginia, nos señalan algo
interesante. A menudo, al sentimiento de culpa se le añade otra dimensión:
la vergüenza. Nos avergonzamos de nosotros mismos por no haber actuado en
un momento dado como deseábamos.
La culpa y
la autoestima
La
implicación de la culpa puede socavar la autoestima. Distorsionamos nuestra realidad,
tenemos un diálogo interno negativo y desarrollamos una visión sobre nosotros
mismos muy desgastante.
Los tres
componentes de la culpa
El ciclo de
la culpa se alimenta de tres dimensiones básicas: falta de autoaceptación, vergüenza
y malestar. No
importa lo que hagamos o dejemos de hacer, en el día a día todo acto o nos
llevará a ese punto donde reside el sentimiento de culpa. Todo pensamiento, toda
dinámica en la que estemos inmersos, acabará orillando en esa herida interna
que no reparamos o afrontamos como es debido.
La falta de
aceptación hacia nosotros mismos y esa visión crítica nos va carcomiendo de
manera inevitable. Más tarde aparece la vergüenza, que no es más que el rechazo
hacia la propia persona. Estos dos componentes intensifican en el día a día
un mayor malestar.
Terapia para
afrontar la culpa
La Terapia
de aceptación y compromiso (ACT) es un buen marco terapéutico para afrontar
este tipo de situaciones.
Nos permitirá lo siguiente:
Reconocer los pensamientos
negativos, aceptarlos como parte de lo que somos en este momento.
Comprometernos a generar cambios.
Abrazar y aceptar nuestros errores,
ser más compasivos con nosotros mismos y fortalecer la autoestima.
Asimismo,
también será adecuado tomar las siguientes medidas.
Poner distancia de personas que no
dudan en alimentar el sentimiento de culpa sobre nosotros. Hay individuos con una habilidad
especial para elevar nuestra ansiedad, para desgastarnos, para
vulnerar autoestimas.
Ejercicios mentales de
relativización del conflicto: mediante
esta técnica aprendemos a visualizar la situación desde un prisma externo,
ahí donde controlar las emociones y tener una mayor sensación de control.
Liberarse del sentido obsesivo de
responsabilidad. El escritor
Fiodor Dostoievski aseguraba que “es culpa mía, culpa mía personal, si el
mundo va mal”. Este atormentado autor en cuyas obras se desvela un gran
valor psicológico dio con esta frase la clave principal para no sentirse
culpable por todo. La persona aquejada de culpa constante debe aprender a
aceptar el mundo tal como es independientemente de como quiera que sea.
Para concluir,
aunque en muchos casos podemos gestionar la culpa por nosotros mismos cambiando
el enfoque y mejorando nuestra autoestima, en ocasiones, es necesario solicitar
ayuda experta. No podemos dejar de lado que la culpa puede volverse crónica
y sumirnos en estados de gran desgaste psicológico.
Alex Bayorti
Diplomada en
Trabajo Social por la Universidad de Valladolid (2007). Curso de postgrado en
Escritura Creativa (Universidad de Santiago de Compostela, 2012). Grado en
Comunicación (UOC, 2016).
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