domingo, 12 de abril de 2009

El jardín y las malas hierbas

Cuenta la leyenda que cierto hidalgo quiso un día plantar un jardín frente a su mansión, y para ello seleccionó las mejores semillas de las más bellas flores.

Preparó el suelo, sembró las semillas y, algunos meses más tarde, empezaron a brotar los hermosos y coloridos especimenes.

Pero por desgracia, entre las flores había arraigado también una mala hierba bastante común en la región.

Sin saber qué hacer, el hidalgo contrató los servicios de varios jardineros, pero ninguno acertó a solucionar el problema. Desesperado, mandó llamar al jardinero más consagrado de aquellas tierras, el que cuidaba los jardines del palacio real.

Después de hacerle algunas preguntas, el jardinero del rey se puso a contemplar el jardín.

Unos instantes más tarde, miró al caballero y le espetó:

-Estaría bien que empezara su señoría a quererlas.

Amor materno

Los trabajos de Michael Meaney, de la McGill Universitiy en Montreal (Canadá) han demostrado que ratas nacidas de madres poco amorosas repetían el comportamiento de sus progenitoras con sus propias crías.


Sin embargo, cuando las hijas de las descuidadas madres eran criadas por otras cariñosas y solícitas dejaban de lado la genética y se volvían como sus progenitoras adoptivas.


En la siguiente generación, aquellas que estaban abocadas por sus genes a no ocuparse de sus vástagos dieron un golpe de timón y cambiaron el curso de su descendencia.


Si algo así se puede lograr con sólo el instinto animal, imaginemos hasta dónde se puede llegar con la voluntad consciente. Definitivamente “querer es poder”.


Los cambios que incorporamos a nuestro comportamiento a base de cultivar lo mejor de nosotros mismos se transmiten a las generaciones futuras igual que ocurre con el color de los ojos o de la piel.


La ciencia lo ha constatado con animales de laboratorio en los que es posible hacer un estudio tan complejo.

Citas: Richard Bach



Los semejantes se atraen.

Limítate a ser quien eres: sereno, transparente y brillante.

Cuando irradiamos lo que somos, cuando sólo hacemos lo que deseamos hacer, esto aparta automáticamente a quienes nada tienen que aprender de nosotros y atrae a quienes sí tienen algo que aprender y también algo que enseñarnos.

Richard Bach

El niño con mal carácter

Hoy os dejo una pequeña fábula que leí hace años y de la que ignoro su autoría. Nos enseña que es sumamente importante que controlemos nuestras palabras, al igual que nuestros pensamientos, porque no somos conscientes del impacto que ello puede tener en nuestras vidas o en las de los demás.

Había una vez un niño con muy mal carácter, siempre estaba enojado y era raro verlo sonreír, ya que siempre estaba de mal talante.

Su padre le dio una bolsa llena de clavos y le dijo que clavara uno en la cerca del jardín cada vez que, por alguna razón, perdiera la paciencia y se disgustara con alguien.

El primer día clavó 37 clavos.

Pero con el transcurso de las semanas, aprendió a controlarse y el número de clavos incrustados en la cerca disminuyó día tras día: Había descubierto que era más fácil controlarse que clavar clavos en la cerca.

Semanas después fue a ver a su padre y le dijo que durante todo ese día no había tenido que clavar ni un solo clavo.

Su padre le dijo entonces que, a partir de ese momento, quitara un clavo de la cerca por cada día que pasara sin que perdiera la paciencia.

Los días pasaron y finalmente el niño pudo decirle a su padre que había arrancado todos los clavos de la valla.

El padre condujo a su hijo a la cerca y le dijo:

"Hijo mío, te has comportado bien, pero mira todos los agujeros que hay en la cerca. Esta valla jamás volverá a ser como antes. Cuando te peleas con alguien y le dices algo que le hiere o le maltrata, le causas una herida como ésta."

"Puedes clavar un cuchillo en un hombre y después retirarlo, pero quedará siempre una herida. Sin importar cuantas veces te disculpes, la cicatriz permanecerá."

Una herida verbal hace tanto daño como una herida física.

"Uno no vive de lo que come, sino solamente de lo que digiere. Principio tan cierto para el cuerpo, como para el espíritu." Benjamín Franklin.