miércoles, 14 de octubre de 2009

Sonidos que curan

Por Manuel Núñez y Claudina Navarro

Las frecuencias vibratorias actúan sobre la mente y el cuerpo, por eso la música ha sido utilizada desde siempre como terapia para curar o prevenir enfermedades.

La soprano entona una nota agudísima y la copa de cristal se rompe. La balada del conjunto pop lleva hasta las lágrimas al
público. La nana duerme al bebé. El sonido y la música tienen un poder que se manifiesta de manera cotidiana y, sin embargo, continúa siendo, en buena medida, un gran misterio. ¿Pueden las notas musicales servir realmente para curar o para prevenir las enfermedades? ¿Es posible aprovecharse conscientemente de los sonidos para potenciar nuestra salud física y mental? ¿Qué tipo de sonidos son ésos? ¿Pueden utilizarse en el desarrollo espiritual?

Para comprender el efecto sobre la salud del sonido y de la música, primero hay que conocer sus características. La música está compuesta por silencios y sonidos, y éstos, por tonos (o notas musicales) y armónicos. Cuando se golpea un gong, por ejemplo, se produce un tono fundamental, con una determinada frecuencia vibratoria, que resuena por la superficie del instrumento y produce sus armónicos. La combinación de tono y armónicos da lugar al timbre, que es peculiar de cada instrumento y de cada voz. Por último, la sucesión de notas a una velocidad determinada produce armonía y ritmo musicales. Por lo tanto, el efecto de los sonidos y de la música sobre la salud debe tener relación con estos conceptos, a menos que existan otros que la ciencia física actual desconozca. Por otra parte, el sonido se propaga mediante ondas por el aire, el líquido e incluso los medios sólidos hasta impactar en el oído. Éste las captura y las reproduce en el tímpano vibrante para que lleguen hasta el auténtico receptor auditivo, el órgano de Corti, cubierto de 20.000 células pilosas, donde se convierten en impulsos nerviosos que, a través del nervio
auditivo, llegan en unos milisegundos al cerebro, que las descodifica y traduce en sensaciones auditivas. Posiblemente, sea el sonido lo que nos hace nacer como seres humanos, bien en la etapa fetal, cuando nos sentimos acompañados por el tam tam del corazón de la madre o, luego, cuando lloramos por primera vez y nos sentimos dueños de una voz con la que podremos comunicarnos. La etimología de la palabra “persona” informa de este dato esencial: a través del latín (personare) alude a la máscara que en el teatro griego hacía resonar la voz de los actores.

De oriente a occidente
La música nos acompaña desde siempre. Los neandertales tocaban la flauta que fabricaban con fémures de osos. En una cueva de la región alemana del Schwäbische Alb, se halló en 1973 una flauta hecha con hueso de cisne. El instrumento contaba con tres orificios y tenía una antigüedad aproximada de 35.000 años, aunque el primer tambor debió de fabricarse mucho antes. Si el sonido y la música forman parte de la naturaleza humana, es lógico pensar que se pueden utilizar también como terapia. Los intentos en este sentido son, seguramente, tan antiguos como la humanidad. La historia de la musicoterapia en Occidente se remonta al menos hasta Pitágoras
(siglo VI a.C.). Este filósofo descubrió que los tonos y sus armónicos obedecían a una proporción matemática, y como los números reflejaban para Pitágoras el orden perfecto del Universo, la música se convirtió en una poderosa medicina que aportaba armonía al organismo. Al parecer, los pitagóricos, músicos y matemáticos a la vez, realizaban composiciones para tratar los trastornos del alma y del cuerpo.

En opinión de varios autores, Pitágoras pudo tomar algunas ideas de los egipcios, que utilizaron la música como agente capaz de curar el cuerpo, calmar la mente y purificar el alma. El papiro de Kahun, datado en 1800 a.C., aunque reproduce conocimientos más antiguos, es el primer documento escrito acerca de la influencia de la música sobre el cuerpo humano. Efectos positivos en todos los lugares y tiempos, los sanadores y los sacerdotes han utilizado el sonido para provocar efectos positivos en los oyentes. Los chamanes de Mongolia, las mujeres xhosa de Suráfrica o los lamas del Tíbet han desarrollado técnicas de canto para que el sonido resuene en las cavidades craneales y del resto del cuerpo, de manera que los armónicos se amplifiquen. El resultado es un sonido complejo y poderoso. Resulta imposible no estremecerse ante el canto de la voz grave de los monjes tibetanos, cuyo objetivo es que cada frecuencia vibratoria actúe sobre un aspecto del ser humano. Los tonos fundamentales bajos lo hacen sobre el cuerpo físico, y los armónicos, sobre la mente.
Por otro lado, ciertos instrumentos, como el didjeridú australiano, el monocordio, los cuencos tibetanos, el gong o la tampura india, se tocan con los mismos fines. Las grandes tradiciones avalan la utilización del sonido como agente sanador. En la literatura védica, el sonido es el aspecto más importante de la curación, más que cualquier otra cosa. Así, Om es un mantra –instrumento de la mente– y hace referencia al sonido primordial que dio lugar al universo. Se pronuncia en todos los rituales y se espera de él un efecto benefactor. En el lenguaje científico occidental, cada cosa, incluidos los órganos del cuerpo, poseen una frecuencia de vibración, es decir, un sonido propio. Teóricamente, el sonido podría usarse de forma terapéutica cuando el órgano pierde su tono peculiar debido a un trastorno. El medio de acción es bien conocido, la resonancia o contagio de la vibración actúa como dos diapasones: cuando se golpea uno, haciéndolo vibrar y sonar, el otro, sin ser tocado, también suena.

Cuencos tibetanos
Una de las terapias tradicionales de sonido más conocidas es la de los cuencos tibetanos. Al hacerlos sonar mediante un mortero, emiten sonidos de frecuencia baja que modifican la actividad eléctrica del cerebro. Varios estudios realizados en la Escuela Superior Técnica de Posen (Alemania) muestran que, bajo su efecto, el cerebro adquiere un patrón de funcionamiento similar al del sueño, obteniéndose como resultado una relajación profunda. Según el terapeuta Peter Hess, “la calma mental permite al subconsciente admitir nueva información y ordenarla; de esta manera se superan bloqueos y miedos y se movilizan las fuerzas autocurativas”. Las indicaciones más frecuentes de la terapia con cuencos son el estrés, los dolores de cabeza y espalda, las alteraciones del sueño y los trastornos de los órganos digestivos. Los tonos que salen de un cuenco dependen de su forma, tamaño y material. Los más pesados y grandes alcanzan 1,5 kg y diámetros de 25 cm. Los de más calidad están compuestos de mezclas de hasta 12 metales, a los que se atribuyen tradicionalmente propiedades salutíferas. Al golpear o rozar los cuencos con una especie de mazos de mortero forrados con distintos materiales, como cuero, goma o tela, se obtienen timbres diferentes. Los sonidos pueden durar varios minutos y resultan envolventes; parecen ir de un oído a otro o venir desde diferentes direcciones. En la terapia, se utilizan varios cuencos que se colocan rodeando al paciente y se hacen sonar uno a uno y, después, todos j
untos. Incluso es posible colocar los cuencos directamente sobre la persona para realizar un masaje de sonido.

El poder de la musicoterapia
Después de años de investigación personal y con sus pacientes, el músico y terapeuta Pius Vögel asegura que ha conseguido determinar el efecto de cada una de las notas sobre el estado de ánimo y la salud. Así, por ejemplo, el tono de frecuencia 136,10 Hz tiene acción tranquilizante y equilibrante. En cambio, el tono de 194,18 Hz resulta dinamizante y fortalecedor. Además, Vögel ha asignado a cada órgano un sonido concreto. Pero lo más curioso es que Vögel encuentra el sonido que le hace falta a su paciente analizando informáticamente su voz y buscando las deficiencias. El experto en análisis de voz Heinz-Udo Vitz asegura que en la sociedad actual el exceso de estímulos es la causa más frecuente de alteraciones en la voz y de alergias, nerviosismo e hipersensibilidad. Ahora bien, las teorías de Vögel y Vitz están en los márgenes de la ciencia. Por el momento, la corriente principal solamente reconoce los efectos sobre el sistema nervioso. Para la musicoterapia oficial, existen dos tipos principales de música en relación con sus efectos; por un lado, la música sedante, –de naturaleza melódica y caracterizada por tener ritmo regular, dinámica predecible y consonancia armónica–, y por otro, la música estimulante, que induce a la acción y dispara las emociones. Los musicoterapeutas han estudiado los efectos de cada uno de
los elementos que componen la música y el sonido. El tempo lento, entre 60 y 80 bpm (beats per minute o pulsos por minuto) suscita impresiones de dignidad, calma, serenidad, ternura y tristeza. Los tempos rápidos– de 100 a 150 bpm– provocan alegría, excitación y fuerza. Los acordes consonantes –compuestos por notas que combinan bien– están asociados al equilibrio, al reposo y a la alegría. Los acordes disonantes –combinación de notas que chirría– se asocian a la inquietud, al deseo, a la preocupación y a la agitación. La tonalidad de modo mayor resulta alegre, viva, graciosa y extrovertida. La de modo menor evoca melancolía e introversión. Las notas agudas provocan actitud de alerta, aumentan los reflejos y eliminan el cansancio, aunque si se mantienen demasiado tiempo causan descontrol nervioso. Las notas graves producen tranquilidad o pesimismo y una intensidad (volumen) demasiado alta puede resultar torturante. Para el investigador Eckart Altenmüller, del Instituto de Fisiología Musical y Medicina Musical de la Escuela Superior de Música y Teatro de Hannover (Alemania), la música resulta muy eficaz en la socialización de los individuos. Los primeros seres humanos crearon cantos con un ritmo constante que cohesionaban el grupo, les
daban seguridad e impresionaban a posibles enemigos. De hecho, los miembros de las selecciones deportivas nacionales, cuando entonan sus himnos en las competiciones, mantienen vivo aquel espíritu.

Al compás del grupo
Da igual si se trata de un coro religioso, una banda de jazz o una orquesta sinfónica. Incluso estando solos en casa y escuchando música con auriculares, se experimenta el sentimiento de formar parte de un grupo. El investigador japonés Hajime Fukui descubrió que los hombres que hacen música juntos producen menos testosterona y menos cortisol, hormonas relacionadas con el estrés. En cambio, producen más oxitocina, la hormona que favorece la unión social y sexual. Fukui concluyó que la música reduce el miedo y aumenta la solidaridad entre personas. Altenmüller define también la música como “el idioma de los sentimientos”. Seguramente, se utilizó en las relaciones íntimas entre madres e hijos y, después, sirvió para reforzar los vínculos entre los miembros de grupos cada vez más numerosos. Otro experto, Reinhard Kopiez, dice que en la memoria guardamos asociaciones entre músicas y emociones que pueden ser revividas en cualquier momento.

Después de observar los electrocardiogramas y los cambios en la tensión arterial o en la
humedad de la piel de voluntarios de 11 a 72 años mientras escuchaban distintos tipos de música, Kopiez ha determinado que las reacciones corporales aparecen con más frecuencia con las músicas que cada persona ya conoce. Pero hay temas que erizan el vello, hacen llorar o reír a casi todas las personas. El secreto está en el empleo de determinados trucos: la presencia de un coro potente, un inesperado solo de guitarra o violín, la aparición de una voz solitaria y melancólica en medio de una canción pop… Los aparatos medidores de Kopiez registraban reacciones importantes cuando se producían saltos de tonos bajos a otros muy altos o cuando la melodía, de pronto, se volvía silenciosa o muy ruidosa. La música actúa también sobre la química cerebral. Los neurólogos Anne Blood y Robert Zatorre, de la Universidad McGill en Montreal (Canadá), descubrieron que en los momentos de máximo placer musical se activan áreas del cerebro que también se encienden durante las relaciones sexuales, el consumo de drogas o la ingesta de chocolate. De ahí que no resulte sorprendente que la música se utilice en ocasiones como mera droga recreacional. Pero de la misma manera que una sustancia química puede ser veneno o medicina, las ondas sonoras son un medio terapéutico lleno de posibilidades. Hans-Helmut Decker-Voigt, director del Instituto para Musicoterapia de la Escuela Superior de Música y Teatro de Hamburgo, asegura que se consiguen resultados excelentes, por ejemplo, en el tratamiento de los niños que nacen prematuramente y también en
las enfermedades relacionadas con procesos de envejecimiento. En el Hospital Universitario de Canarias, los voluntarios de la organización Prematuros Sin Fronteras cantan nanas a los pequeños, al tiempo que les hacen oír una grabación con ruidos ambientales, las voces de sus padres y el latido de un corazón para reproducir con la máxima fidelidad los estímulos que hubieran recibido en el seno materno. Desde que la iniciativa se ha puesto en práctica, los bebés duermen más, lloran menos y su frecuencia cardiaca es menor.

Remedio inmunitario, Decker-Voigt subraya que la música mejora la eficacia del sistema inmunitario, por lo que es recomendable en caso de enfermedad y como herramienta preventiva. Pero afirma que, sobre todo, puede convertirse en un excelente autotratamiento de los desequilibrios del estado de ánimo. Los adolescentes se lo aplican todo el tiempo, pues escuchan música pop o tecno, cuyo ritmo es perfecto para obtener sensación de seguridad.
Mientras que los cuencos y los mantras se utilizan terapéuticamente desde hace siglos, el diseño de tecnología médica sónica en Occidente se encuentra en pañales. Se han desarrollado diferentes métodos diagnósticos, como la ecografía, y unos pocos tratamientos basados en los efectos térmicos, eléctricos y mecánicos de las altas frecuencias sonoras, siendo la aplicación más común, la destrucción de cálculos renales. Sin embargo, no se ha inventado nada todavía que utilice el sonido como ayuda positiva. Desgraciadamente, la tecnología militar lleva la delantera, pues en algunos laboratorios de Estados Unidos existen prototipos de armas capaces de generar sonidos de baja frecuencia (7 Hz) inaudibles que trastornan los órganos digestivos y que no pueden ser detenidos ni por muros de cemento. Pero esta pesadilla hace pensar que quizá un día se cumpla el sueño de curar muchas enfermedades con la energía pura del sonido.